Es urgente comprender a fondo y en todos los terrenos de la mente, lo que realmente es la muerte en sí misma; solo así es posible de verdad entender en forma íntegra lo que es la inmortalidad.
Ver el cuerpo humano de un ser querido metido entre el ataúd no significa haber comprendido el misterio de la muerte.
La Verdad es lo desconocido de momento en momento. La verdad sobre la muerte no puede ser una excepción.
El Yo quiere siempre, como es apenas natural, un seguro de muerte, una garantía suplementaria, alguna autoridad que se encargue de asegurarnos una buena posición y cualquier tipo de inmortalidad más allá del sepulcro aterrador.
El «mí mismo» no tiene ganas de morir. El Yo quiere continuar. El Yo le tiene mucho miedo a la muerte.
La Verdad no es cuestión de creer ni de dudar. La Verdad nada tiene que ver con la credulidad ni con el escepticismo. La Verdad no es cuestión de ideas, teorías, opiniones, conceptos, preconceptos, supuestos, prejuicios, afirmaciones, negociaciones, etc. La verdad sobre el misterio de la muerte no es una excepción.
La verdad sobre el misterio de la muerte solo puede ser conocida a través de la experiencia directa.
Resulta imposible comunicar la experiencia real de la muerte a quien no la conoce.
Cualquier poeta puede escribir bellos libros de amor, mas resulta imposible comunicar la verdad sobre el amor a personas que jamás lo han experimentado. En forma semejante decimos que es imposible comunicar la verdad sobre la muerte a personas que no la han vivenciado.
Quien quiera saber la verdad sobre la muerte debe indagar, experimentar por sí mismo, buscar como es debido; solo así podemos descubrir la honda significación de la muerte.
La observación y la experiencia de muchos años nos han permitido comprender que a las gentes no les interesa comprender realmente el hondo significado de la muerte; a las gentes lo único que realmente les interesa es continuar en el más allá y eso es todo.
Muchas personas desean continuar mediante los bienes materiales, el prestigio, la familia, las creencias, las ideas, los hijos, etc., y cuando comprenden que cualquier tipo de continuidad psicológica es vano, pasajero, efímero, inestable, entonces sintiéndose sin garantías, inseguros, se espantan, se horrorizan, se llenan de infinito terror.
No quieren comprender las pobres gentes, no quieren entender que todo lo que continúa se desenvuelve en el tiempo.
No quieren comprender las pobres gentes que todo lo que continúa decae con el tiempo.
No quieren comprender las pobres gentes que todo lo que continúa se vuelve mecanicista, rutinario, aburridor.
Es urgente, es necesario, es indispensable hacernos plenamente conscientes del hondo significado de la muerte; solo así desaparece el temor a dejar de existir.
Observando cuidadosamente a la humanidad, podemos verificar que la mente se halla siempre embotellada en lo conocido y quiere que eso que es conocido continúe más allá del sepulcro.
La mente embotellada en lo conocido jamás podrá experimentar lo desconocido, lo Real, lo Verdadero.
Solo rompiendo la botella del tiempo mediante la correcta meditación, podemos experimentar lo Eterno, lo Atemporal, lo Real.
Quienes deseen continuar temen a la muerte, y sus creencias y teorías solo les sirven de narcótico.
La muerte en sí misma nada tiene de aterrador, es algo muy hermoso, sublime, inefable; mas la mente, embotellada en lo conocido, solo se mueve dentro del círculo vicioso que va de la credulidad al escepticismo.
Cuando realmente nos hacemos plenamente conscientes del hondo y profundo significado de la muerte, descubrimos entonces por sí mismos mediante la experiencia directa, que la vida y la muerte constituyen un todo íntegro, unitotal.
La muerte es el depósito de la vida. El sendero de la vida está formado con las huellas de los cascos del caballo de la muerte.
La vida es energía determinada y determinadora. Desde el nacimiento hasta la muerte fluyen dentro del organismo humano distintos tipos de energía.
El único tipo de energía que el organismo humano no puede resistir es el rayo de la muerte. Este rayo posee un voltaje eléctrico demasiado elevado. El organismo humano no pude resistir semejante voltaje.
Así como un rayo puede despedazar un árbol, así también el rayo de la muerte, al fluir por el organismo humano, lo destruye inevitablemente.
El rayo de la muerte conecta al fenómeno muerte, con el fenómeno nacimiento.
El rayo de la muerte origina tensiones eléctricas muy íntimas y cierta nota clave que tiene el poder determinante de combinar los genes dentro del huevo fecundo.
El rayo de la muerte reduce el organismo humano a sus elementos fundamentales.
El Ego, el Yo energético, continúa en nuestros descendientes desgraciadamente.
Lo que es la verdad sobre la muerte, lo que es el intervalo entre muerte y concepción, es algo que no pertenece al tiempo y que solo mediante la ciencia de la meditación podemos experimentar.
Los maestros y maestras de escuelas, colegios y universidades, deben enseñar a sus alumnos y alumnas, el camino que conduce a la experiencia de lo Real, de lo Verdadero.
Capítulo XXIX, «La muerte», Educación Fundamental
Samael Aun Weor