El peligro de perder nuestros valores éticos hasta convertirnos en criaturas animaloides

El peligro de perder nuestros valores éticos hasta convertirnos en criaturas animaloides

El peligro de perder nuestros valores éticos hasta convertirnos en criaturas animaloides 850 480 V.M. Kwen Khan Khu

Muy estimados lectores:

Me resulta muy grato haceros llegar unas palabras acerca de:

EL PELIGRO DE PERDER NUESTROS VALORES ÉTICOS
HASTA CONVERTIRNOS EN CRIATURAS ANIMALOIDES

Cuando hacemos memoria y contrastamos nuestro presente con nuestro pasado nos damos cuenta de que, ciertamente, en la forma de vida existente en nuestros días hemos ido perdiendo con el tiempo muchísimos valores, y ello nos ha arrastrado hacia una vida enormemente superflua, artificial y carente de cosas trascendentales.

Empecemos diciendo que cuando éramos niños, hace aproximadamente 50 o 60 años, la visión que teníamos de la vida era absolutamente otra muy diferente a la de nuestros días.

Así, entonces nos gustaba jugar con barquitos hechos de papel que luego colocábamos sobre las aguas que corrían pegadas a nuestras aceras y los contemplábamos para ver hasta dónde aquella minibarcaza iba a llegar. Otras veces acompañábamos a nuestro barquito algunas calles para, igualmente, ver qué tanta distancia había logrado recorrer.

Por otra parte, eran los tiempos de elevar cometas hechas de papel y equilibradas con una cola de tela muy fina. Tal cometa la lanzábamos al aire y, mediante un cordel suficientemente largo, elevábamos tal juguete y, ya en las alturas, lo hacíamos ir de un lado a otro del espacio. En ello podíamos pasarnos horas y horas. Nuestro centro emocional se deleitaba muchísimo, sobre todo cuando el viento aumentaba su fuerza…

Por aquellos tiempos también una institución americana llamada YMCA regalaba a los niños maderas y otros utensilios, y cada chico se elaboraba en su casa un carrito con el cual luego, en un lugar escogido, se promovían carreras con los mismos, y todo ello provocaba, no solo la alegría y la emoción en los infantes, sino también en sus padres o adultos en general.

¿Y qué diremos del juego con las canicas? Toda la muchachada se apuntaba a tal diversión y era un juego que agudizaba, no solo los sentidos ─vista y tacto─, sino que se formaban alegres corrillos que se reían del perdedor ─sanamente─ o animaban al ganador, todo ello en un ambiente de sana diversión. Igualmente sucedió con la peonza o trompo, al que enrollábamos una cuerda que nos servía para tirarlo contra el suelo y algunas veces contra la peonza del perdedor. Aquellas situaciones nos arrancaban risas constantes después de las cuales cada uno se iba a su casa.

Las chicas jugaban a ser amas de casa. Tenían unas minicacerolas y otros enseres de cocina y entre ellas jugaban a cocinar la supuesta sopa, que en realidad no era otra cosa que un poco de agua que cada una bebía en su momento. En otros momentos ellas jugaban a ser madres con sus muñecas. No puedo dejar de acordarme de los juegos que consistían en convertirse, por unos instantes, en doctor. Nuestros padres nos compraban un kit de «médico» que traía, entre otras cosas, un estetoscopio de juguete que permitía, supuestamente, saber cómo estaban los pulmones de los «aparentes enfermos» y también las pulsaciones de su corazón. Obviamente que unos hacían de médicos y otros de enfermos, pero aquello creaba un ambiente de entretenimiento infantil maravilloso. Es incuestionable que a todas estas cosas graciosas habría que sumarles los «carritos de pedales» con los cuales nos movíamos dentro de nuestras casas.

¿Y el jugar a la cuerda que dos niños o niñas movían mientras un tercero la saltaba para no quedar enredado en ella? No cabe duda de que aquellos juegos nos hacían felices y nadie corría riesgos ni peligros.

Ahora he aquí la pregunta, querido lector: ¿Cuántos niños vemos en nuestros días pasando su infancia con esta felicidad? Respuesta: Poquísimos, podríamos decir NINGUNO.

¿Por qué? Pues, sencillamente, porque nuestra cruel civilización actual considera que todas esas formas de diversión eran y son boberías, tonterías, estupideces, y lo que hoy se regala a los niños son los aberrantes teléfonos celulares, las hipnóticas computadoras u ordenadores, etc., etc., etc., todo con la excusa de que es mejor que el niño se acostumbre a ser inteligente, aunque ello implique que en realidad no viva su infancia

Cuando una criatura humana no vive sus etapas su personalidad se va deformando y todo ello repercutirá en sus estados posteriores ─adolescencia, edad adulta, edad madura y vejez─.

Para colmo de los colmos, la llegada de la televisión fue por una parte magnífica para mostrar lo que pasaba en alguna parte del mundo, para mostrar los avances de la ciencia en muchos de sus terrenos y hasta para hacer reír a los niños con las caricaturas de entonces. Recordemos a Popeye el Marino, Mickey Mouse, el Pájaro Loco, Tom y Jerry, la Pantera Rosa y un sinfín de personajes que deleitaban, no solo a los infantes, sino hasta a sus mismísimos progenitores…

Posteriormente, este singular invento ─la TV─ comenzó a ser el medio para empezar a pervertir a nuestra sociedad. En un principio los filmes o películas entretenían a los telespectadores presentando historias del viejo oeste americano ─Lo que el viento se llevó─, Alicia en el país de las maravillas…Hoy en día, queridos amigos y amigas, las cosas han cambiado muchísimo. Si queremos ver un filme debemos asegurarnos de no llenar nuestra psiquis de violencia inservible, infrasexualidad descarada y otras hierbas malignas, porque toda esa inocencia fue tirada a la basura y se nos empezaron a producir películas cada vez más pervertidas y degeneradas y, desgraciadamente, todo el mundo lo fue aceptando como normal. Hoy estamos acostumbrados a ver filmes en los que los protagonistas aparecen absolutamente desnudos, y el colmo es que nos los muestran fornicando. Obviamente, todo este material del celuloide se ha ido acumulando en nuestro psiquismo hasta lograr saturarnos y, de este modo, irnos alejando del SER y acercándonos al NO SER, EL YO.

Como si no bastase con todo esto, ahora las multitudes, ya enloquecidas, han proclamado la existencia del fenómeno LGTB, que, según sus precursores, otorga la libertad a todos los humanoides para elegir entre seguir siendo un hombre o una mujer ─tal como la naturaleza los trajo al mundo─, o transformarse, artificialmente, en otra cosa, o directamente solicitar a los gobiernos mediante sus instituciones ─servicios médicos sociales─ que les hagan una operación quirúrgica y les regalen hormonas para cambiarse su sexualidad. Lo más increíble es que nuestra sociedad llama a esto progreso y otra parte de la misma permanece indiferente aunque esté contemplando una verdadera catástrofe en el género cailificado de «humano».

Habría muchas cosas que podríamos seguir enumerando en estas cuartillas para reafirmar que ya ni merecemos el calificativo de civilización. Ahora deberíamos ser llamados grupos bárbaros, peligrosos y criminales que gustan de destruirse entre ellos… Sabemos que detrás de estas nefastas transformaciones de nuestro mundo han existido y siguen existiendo ciertas inteligencias monstruosas que son las que dictaminan cuál ha de ser el destino del resto de los mamíferos racionales. Hasta los mismos gobiernos de nuestro mundo temen a esos personajes que se ocultan detrás de sociedades secretas en diversos lugares de nuestro planeta. Estas mentes monstruosas han planificado y están poniendo en marcha la Tercera Guerra Mundial que está comenzando en nuestras propias narices, pero, como lo hemos dicho antes, nuestras Conciencias están tan adormecidas que ya todo nos da igual…..

¿A dónde iremos a parar? Respuesta: Al caos total y a nuestra autodestrucción.

GLORIA IN EXCELSIS DEO.
─‘Gloria a Dios en las alturas’─.

KWEN KHAN KHU