Muy queridos amigos:
Me apresuro a haceros llegar algunas consideraciones alquímicas brotadas de la pluma del V.M. Fulcanelli, aparecidas en su última obra FINIS GLORIAE MUNDI, las cuales nos ayudan a comprender ese abismo existente entre la verdadera Alquimia y esa otra falsa ciencia que hoy es denominada química. Asimismo, en esta obra el gran Adepto hace una correlación entre la Alquimia cósmica y los peligrosos manejos que el humanoide racional terrícola está haciendo en el laboratorio de la naturaleza con las horribles consecuencias sociales.
Sin más preámbulos vayamos, entonces, a discurrir sobre estos pormenores que antes hemos citado y que han sido retratados en esta última obra filosofal por el citado Adepto:
«La química es la ciencia de los hechos, como la Alquimia es la ciencia de las causas. Había que mantener el velo sobre los arcanos más fundamentales, la utilización de la química en los horrores de la guerra de trincheras no podía sino incitarnos a ocultar el temible potencial que se embosca en las profundidades de la materia más humilde.
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No desconocemos la necesidad de preservar los pocos últimos secretos que permanecen oscuros para la ciencia profana, y no tenemos la intención de facilitarles la tarea a los bárbaros. Pero, obedeciendo al espíritu que animaba a los antiguos filósofos ─léase: alquimistas─ antes que a la letra que mata, los tiempos actuales requieren hablar alto y fuerte. Cuando el ladrón está ya en casa de nada sirve echar los cerrojos.
El secreto se vuelve el manto de sombra que rodea a los que, desbaratadas las precauciones de los alquimistas del pasado, han descifrado, gracias a los trabajos de los físicos y biólogos, los indicios que aquellos dejaron. Mientras las ecuaciones de los unos o los símbolos mitológicos de los antiguos Adeptos no sean inteligidos más que por un puñado de hombres, esos bandoleros se reservarán el poder que da la comprensión de las causas y reducirán a los pueblos a la peor de las servidumbres: la del alma.
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Finalizado el último siglo, vimos a médicos renegar del juramento de Hipócrates e infligir verdaderas torturas eléctricas a los pensionistas de asilos y de cárceles, sin hablar de animales vivos, bajo pretextos de investigación, y comprendimos así que la ciencia profana bordeaba los abismos. Ahora bien, no teníamos ninguna señal de que Dios hubiera levantado su prohibición de tocar el Árbol de la Vida.
Admitamos en último término que vale más ensayar los nuevos medicamentos sobre cultivos virales IN VITRO, que hacerlo de entrada en los hospitales; y admitimos todavía que se comprueban los remedios con monos o con ratas: se podría justificar tales sacrificios con el alivio que más tarde aportarían a los enfermos. Pero cuando se torturan conejos en las fábricas de cosméticos, o se descerebran gatos para establecer ritmos del sueño perfectamente conocidos en el hombre con métodos más suaves, entonces la justificación es pura hipocresía. ¿Quién va a creer que sea una necesidad vital lacar el cabello de las mujeres?
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Cada uno sabe o presiente que con la ingeniería genética se franquean los últimos límites, como lo prueban los angustiosos debates de los legisladores y de los comités de ética. Los biólogos fabrican nuevos virus como los espagiristas hacían oro, pudiéndose aplicarles el adagio que dice: «ES MÁS FÁCIL HACER QUE DESHACER»… ¿Cómo han osado los médicos transgredir su juramento más solemne hasta el punto de investigar armas de exterminio y no los remedios para el sufrimiento humano?
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Los genes introducidos en el maíz para alejar a los insectos parásitos tienen como primera consecuencia incitarlos a modificar sus propios genes para seguir alimentándose. Poco a poco, de reacción en reacción, ¿hasta dónde vamos a llegar? Nadie sabría predecirlo; como nadie sabría anticipar las mutaciones correctoras que exigirá la prosecución de la obra divina, hombre incluido. ¿Cuándo se entenderá que la prohibición que gravita sobre el Árbol de la Vida está para nuestra propia salvaguardia y no por ningún capricho tiránico?
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¡Que no se nos diga que se trata de los últimos asaltos del Kali-Yuga, de una manifestación obligatoria de la degradación cíclica! No. Esta transgresión va mucho más allá del desorden causado por una situación de decadencia. Lo que comprobamos es una alquimia invertida que se acerca peligrosamente al irremediable pecado contra el Espíritu, y los que justifican tales abominaciones amontonan carbones encendidos sobre su propia cabeza.
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El error de Filaleteo, aplicado a la alquimia social que han querido intentar los demiurgos herederos de los alquimistas de Boston ─léase: los pseudoquímicos actuales que empezaron sus aberraciones en Estados Unidos─, les ha conducido a ver en América el germen áureo de la Piedra que transmutaría a la humanidad. Pero esta solicitud hacia el PUEBLO ELEGIDO, además de hacerles sostener todas las bajezas y saqueos dictados por el interés de algunos industriales y financieros, les impidió proceder verdaderamente a la apertura de su farisaica materia. Además, asimilando el ESPÍRITU ASTRAL con la gracia divina tal como lo concebía el puritanismo, es decir, expresado por una ley perentoria junto con la imposibilidad de una sobrenaturaleza como si fuera una estampilla, el mejor servicio que podía rendir esta América a la materia vil o a los desechos de la obra ─el resto del mundo─ era, creyeron ellos, someterlos a algún NUEVO ORDEN MUNDIAL. El resultado previsible fue que no cosecharon sino muy poco del verdadero ESPÍRITU ASTRAL, demasiado insuficiente para la menor operación verdaderamente alquímica.
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Comprobamos en la historia que hay civilizaciones que se pierden por falta de Espíritu. Los antiguos etruscos, pueblo bastante amable en sus orígenes a juzgar por los frescos de sus enterramientos, lo reemplazaron con el ritualismo y la minucia en la adivinación. La inquietud que esta práctica no podía dejar de ocasionar aumentó progresivamente, y el arte nos muestra el alma de este pueblo invadida por gorgonas y genios devoradores y sucumbiendo bajo el peso de sus terrores. Algo de ello pasó a Roma donde eso tomó la forma de exaltación de lo jurídico incluso en el culto de los dioses. Disertando de la religión romana, el Sr. Kerény observa justamente que carecía de mitología y de arte: TODO LO TOMARON DE LOS GRIEGOS EN LA ÉPOCA DE AUGUSTO, cuando el poeta Virgilio buscó sus modelos en Homero. Antes de él, salvo algunos relatos sobre las aventuras de Hércules, todo lo religioso se concentraba en las PIETAS, un conjunto de obligaciones semirrituales o legales y medio morales, cuyo respeto bastaba ─se creía─ para satisfacer a los Dioses y asegurar la buena marcha de la ciudad. Es sabido en qué desorden se hundió la República romana y el primer tiempo del imperio, pese al reino luminoso de Augusto, antes de que la dinastía de los Antoninos viniera a darle forma de nuevo.
El mismo desorden que acecha a cualquier sociedad que además se encuentre desecada, sometida al imperio puntilloso del reglamento, privada de la esencia vital de la fe y laborada por sucedáneos puramente psíquicos, está creciendo en estos momentos, en América primero y después, por las tensiones que impone, en el conjunto del mundo occidental. Se ha querido encontrar la causa de estos males que los sociólogos engloban bajo el término de ANOMIA en el desarrollo de la ciencia profana o en los repiqueteos de la máquina industrial, en la primacía de lo económico sobre lo político y, recientemente, en el invento del ordenador. ¡Pamplinas! Ni los romanos ni los etruscos usaban la mecánica, y no inventaron la bolsa ni la electrónica, y también sus sociedades cayeron en la angustia, la orgía y la pérdida del gusto por vivir.
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Occidente está en el extremo en que la sed comienza a volverse lo bastante intensa para ser percibida, y en el que los pueblos buscan la menor gota de verdor para apagarla. La multiplicación de las sectas, prácticas o terapias suaves, recuerda a las multitudes estrujadas en los templos de Esculapio; y la importación de los budismos o de los yogas de India responde a la acogida que dio Roma a las escuelas de los misterios de Tracia o de Asia Menor o del culto de la diosa de Eleusis. Como en el imperio de los primeros siglos, las autoridades políticas pasan sin saber por qué de la desconfianza represiva a la tolerancia, quizá porque, con una sequedad tal, la conciencia de la sed parte del pueblo, como en el crisol la avidez comienza en lo más íntimo de la materia. Es imposible predecir cuánto tiempo durará esta fase ni las formas exactas que tomará: irán desde los cultos más delirantes y los integrismos más obtusos a las Gnosis más sabias, sin poder apartar de su traza las magias perversas ni la provocación de las tinieblas……».
Extractos de la obra Finis gloriae mundi, del V.M. Fulcanelli
Con enorme placer paso ahora a dejaros unas frases para ser reflexionadas:
«Los espíritus soberbios son los más flacos».
San Agustín
«La ingratitud es hija de la soberbia».
Cervantes
«La naturaleza de los hombres soberbios y viles es mostrarse insolentes en la prosperidad y abyectos y humildes en la adversidad».
Maquiavelo
«Por la pausa y la pompa se descubre al soberbio».
Fray Cristóbal de Fonseca
«La soberbia es el vicio por el cual los hombres apetecen de los honores que no les competen».
Raimundo Lulio
HORROR VACUI.
─‘Horror al vacío’─.
KWEN KHAN KHU