Escrito está, amigo lector, en el libro de la vida que la existencia tiene sus verdaderos orígenes en la muerte.
Para el mundo oriental y específicamente para las antiguas civilizaciones de Medio Oriente y de Asia, la muerte fue siempre el objetivo final que habría de premiar nuestro peregrinar por esta senda rocallosa que llamamos vida. Esto se debe a que en aquel hemisferio se enseña a las multitudes a penetrar en el estatus anímico de la humana criatura y, en cambio, en el hemisferio occidental la muerte es vista como algo horroroso, pavoroso, en otras palabras como el final de todo…
Gran parte de esa actitud absurda del ente humano hacia el fenómeno de la muerte, tiene sus raíces en la equivocada visión que sobre la vida han brindado muchas religiones que hoy podemos calificar de muertas. ¿Por qué las llamamos muertas? Por la sencilla razón de que nunca
enseñaron a sus afiliados el hecho contundente y claro que enfatiza que la muerte y la vida están íntimamente asociadas.
Mientras existimos, millones de células mueren cada día y las mismas son reemplazadas por otros millones que vienen a ocupar su lugar. La misma naturaleza nos enseña con sus estaciones cada año, presentándonos una primavera seguida de un verano, igualmente secundado por un otoño que finalmente es coronado por el invierno. Durante el invierno, aparentemente, todo muere, todo se congela, todo se vuelve estéril… Sin embargo, meses más tarde ella misma resucita de entre sus cenizas, cual Ave Fénix de la mitología, para reiniciar ese ciclo al cual nos hemos referido antes.
Si esto sucede en lo tridimensional, exactamente lo mismo sucede en lo anímico, caro lector. Empero, la mala educación recibida de manera escolástica y asimismo en el ámbito religioso, nos hace creer y sentir que estamos condenados a desaparecer después de nuestro fallecimiento, con lo cual es apenas normal que todo el mundo tenga miedo al hecho de morir.
Si se nos hablara de la hiperdimensionalidad del espacio, si se nos instruyera sobre los fenómenos sobrenaturales de manera científica, con una buena didáctica y una excelente dialéctica, otro gallo nos cantaría. Si se explicase que somos energía y que la muerte no es otra cosa que un simple paso a otras dimensiones energéticas del espacio infinito, entonces nuestra visión sobre esa transición cambiaría radicalmente para nosotros.
Aquellos que han ahondado en los misterios de la vida y de la muerte nada temen y comprenden perfectamente aquella frase que nos dice: «La vida está formada por las huellas que van dejando los cascos de los caballos de la muerte»…
Oremus…
Kwen Khan Khu