Amigo lector:
Existir por existir, así porque sí, sin conocer la verdadera causa acerca de cuál es la finalidad verdadera de nuestra misma existencia, para qué existimos y por qué existimos…, ciertamente es la peor de las ironías…
Sobre la existencia se han escrito miles y miles de volúmenes por parte de los filósofos de todos los tiempos. Asimismo, los teólogos han querido descifrar dicho enigma vertiendo en sus tratados toda clase de especulaciones dialécticas, queriendo ofrecer una auténtica respuesta a dicho enigma.
Obviamente, los escritores también se han sumado a la ola de aventureros que se han lanzado a la búsqueda de respuestas sobre las interrogantes que rodean a la vida y sus fenómenos. Unos lo han hecho desde el género romántico, otros desde el ángulo del suspenso, etc., etc., etc. Igualmente la ciencia ha tratado de querer llegar a una lógica conclusión sobre este tema tan controversial, y ha tenido sus momentos de euforia para pasar luego a terminar encerrada en dogmas pétreos que muchas veces no resisten los análisis críticos de los librepensadores.
La cruda realidad actual es que, mientras el intelecto ha conseguido hacer la vida material de los seres humanos más confortable, sin embargo dentro de los mismos siguen existiendo esas incógnitas que, como una carcoma, les repiten siempre en sus adentros las mismas preguntas de la filosofía eterna: ¿quién eres?, ¿por qué existes?, ¿de dónde vienes?, ¿para dónde vas?, etc., etc., etc.
Es aquí, amable lector, donde el Gnosticismo cobra su valor esencial, pues solo esta corriente de pensamiento es capaz de escrutar, con sus métodos y su praxis, la vida entera en sus aspectos tridimensionales y también en sus vertientes multidimensionales. Esa es la magnificencia de la Gnosis de todos los tiempos.
Importante resulta decirle a nuestro perínclito lector que la llave maestra que abre las puertas hacia estas grandes respuestas que han de llevarnos a conocer las grandes realidades del espíritu humano, se halla, paradójicamente, en el interior del Homo sapiens. Por ello, los Maestros griegos quisieron dejar escrito en el frontispicio del templo de Delfos aquella máxima que nos recuerda, enfáticamente, la frase que a la letra reza: «Homo, nosce te ipsum», ‘¡Hombre, conócete a ti mismo!’, y hay quienes afirman que continuaba de esta forma: «¡Y conocerás el universo y los Dioses que lo habitan!».
Oremus…