El devoto, en un lugar donde nada pueda perturbarle, dejará que sus músculos se aflojen totalmente. Observará minuciosamente su psiquis, procurando que todos esos pájaros-pensamientos que revolotean incesantemente vayan desapareciendo.
El estudiante bajo ningún motivo debe olvidar lo fácil que es identificarse con la mente. Mirar fijamente los pensamientos egoicos es caer mortalmente ante su poderosa mirada, la mirada petrificadora de la Medusa.
Cuando el devoto se sienta preparado comenzará a realizar un ejercicio koan. Deberá preguntarle a su propia mente lo siguiente:
«Si todas las cosas se reducen a la unidad, ¿a qué se reduce la unidad?».
El discípulo debe fijar esa pregunta y no permitirle a la mente escapatorias, evasivas, distracciones, etc. Ella pretenderá imponer su vil criterio, su nefasta voluntad: el poder de la Bestia… Si permite que ella lleve las riendas, el fracaso está asegurado.
El estudiante martilleará sin cesar con esa pregunta su propia mente, obligándola a contestar. Si logra cansarla, entonces el devoto vencerá y podrá experimentar eso que está mucho más allá de la mente, eso que es lo Real…
Samael Aun Weor
Para los pocos (capítulo «Sunyata»)
Calmar la mente con la ayuda de un koan