Método para ordenarle a la mente

Método para ordenarle a la mente

Método para ordenarle a la mente 850 480 Universal

Hay que discutir un poco con la mente cuando esta no quiere obedecer. Debemos dirigirnos a la mente diciéndole, por ejemplo: «Mente, ¿por qué no me obedeces? ¡Obedéceme! ¿Qué es lo que tú quieres, mente?».

Más tarde, con el desarrollo de las facultades, la mente nos contestará como si fuese un sujeto completamente diferente. Nos dirá: «Yo quiero esto», o «Deseo tal otra cosa», o simplemente a través de una imagen representativa, a través de cualquier representación intelectiva, nos mostrará lo que ella quiere. Entonces podremos nosotros decirle: «Lo que tú estás deseando, mente, no sirve, es falso. ¡Obedéceme! ¡Yo soy tu Conciencia y tú debes obedecerme, mente!».

Así, poco a poco, la vamos dominando. Hay que aprender a discutir con ella, tratarla en la misma forma en que los arrieros tratan a un borrico que no quiere obedecer.

Habréis visto vosotros, hermanos, cómo tratan los amansadores de caballos a los caballos. Hay veces que hasta les regañan, y así debemos nosotros hacer con la mente: tratarla como a un borrico o como a un caballo, como a algo que debe aprender a obedecer. No debemos ser esclavos de la mente, porque si nosotros somos esclavos de la mente, vamos al fracaso.

Hay un punto muy delicado durante la meditación. Muchas veces, cuando uno cree que ha llegado a la quietud y al silencio de la mente, no ha llegado todavía. Entonces debe escarbar dentro, debe decirle a la mente: «Mente, ¿qué es lo que pasa?, ¿qué es lo que estás deseando?, ¿por qué no estás quieta? ¡Obedéceme, debes estar quieta!».

A veces, si vosotros tenéis cierto desarrollo de vuestras facultades superiores, podréis ver las representaciones de la mente. En ese instante contestará con tales o cuales escenas, en esa forma nos dirá qué es lo que quiere. Mas, precisamente, ese es el instante de saber responderle, de saber tratar a esa mente en la misma forma en que un arriero trataría a un borrico que no quisiera estar quieto. Y, por último, esta quedaría quieta.

Samael Aun Weor
El Quinto Evangelio (capítulo conferencia «Mecanismos efímeros de la mente»)