Egipto, aquel país que los hombres morenos del Nilo llamaron Kemet, ha sido y será fuente de grandísimas inspiraciones para poetas, historiadores, filósofos, artistas, hombres de ciencia y, claro está, aventureros y exploradores; atraídos todos por la grandeza –no solo geográfica– de aquel milenario país, y asimismo por el misterio que encierran, desde hace milenios, las colosales e hieráticas estructuras arquitectónicas, al igual que el misterio que contienen sus maravillosos jeroglíficos y templos repartidos en aquellas vastas extensiones de arena, que contribuyen al enigma cautivador de esta cuna de la civilización.
Justamente Egipto, abordado desde el punto de vista gnóstico, es todo un tesoro. Su antiquísima literatura, su liturgia ancestral, su filosofía o philokalia nos hacen caer en una seducción metafísica interminable. Empero, es lastimoso que la arqueología y la antropología oficiales tan solo vean ante sí piedras, textos y conjuntos arquitectónicos, pretendiendo catalogar mediante el uso de la prueba del carbono catorce la antigüedad de los mismos, para luego quedarse encerrados en dogmas pontificios acerca de períodos dinásticos y algunas otras hierbas más…
La civilización egipcia ha sido considerada la fuente de la civilización occidental, no solo porque los más ilustres sabios y filósofos de la Grecia antigua –léase Plutarco, Heráclito, Platón, Thales de Mileto o Solón entre otros–, que luego fueron la raíz del pensamiento occidental, recibieron su bautizo dialéctico en aquellas misteriosas ciudades, para entonces muy reputadas, tales como Sais, Hieracómpolis, Abydós, Tebas…; sino asimismo porque saberes como la medicina, la arquitectura, la música o la religión hallaron en aquellas tierras su mejor abono para fructificar, convirtiéndose en nuestros días en grandes y portentosas profesiones que iluminan la vida de los hombres.
No exageramos a nuestro lector si decimos que todo el interminable bagaje místico y litúrgico hallado en las tumbas de los faraones egipcios constituye en sí mismo profundísimos tratados que, una vez descifrados, permiten a la humanidad hallar el rumbo cierto hacia el auto-conocimiento y, por ende, hacia la Autorrealización Íntima de la misma.
Permítasenos invitar al exigente lector a un viaje que lo llevará, a través de estas páginas, hacia el descubrimiento de enigmáticas verdades que aún hoy siguen estando vigentes alumbrando a la humana especie, y, de este modo, responder a las terribles incógnitas de la philosophia perennis et universalis: ¿quién soy?, ¿por qué existo?, ¿hacia dónde voy?, etc., etc., etc.
Y, finalmente, digamos con el más exaltado exponente del hermetismo egipcio, nombrado como el Tres Veces Grande a causa de su sabiduría: Hermes Trismegisto, lo siguiente:
«Ser resplandor en la luz y calor en el fuego es tu misión para ahora y para luego».
Oremus…
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